domingo, 27 de enero de 2008

(VI) REAUMER-SEBASTOPOL cont

REAUMER-SEBASTOPOL.
“Se trata de guardar ese eterno equilibrio. Fingido y estudiado, por supuesto, pero con la mayor simplicidad para presentarlo como espontáneo. Nada es lo que parece, ni héroes, ni santos, ni confabuladoras, ni las que además de profesionales te ponen la cama. Esto de la mortalidad necesitaría un ensayo desmedido ¿Hablar con el estómago? ¿Quién apunta eso por detrás? Sembrás soja en el hipocampo, engordás el recuerdo para que luego estalle bien plena la memoria, bien llenita, que la interpol no encuentre rastros del delito ni con mordida siquiera. Eh, no, de risa nada, contente, valsalva y apnea, mirá que venir a joder la mordida otra vez. Punto seguido. Se trata de disimular, de ser vagamente impresionable, ensayar muecas después de la higiene dental. Entre paréntesis. Ojo con la escenografía no verbal, puede resultar impúdica. Acá cerrás paréntesis. Es cuestión de olvido y desaprendizaje, puntos suspensivos, observar sin pasión, sin sorpresa nomás: que pase tibio el río que yo me quedo en el cerro, escupir al suelo con resignación, amarrar el gabán. Ah –onomatopeya- y la terrible experiencia, la asombrosa conformidad de estar de nuevo en casa: detener lento el paso, meter las manos en los bolsos, sacudir los hombros, bajar los ojos, contar baldosas. En fin, cruzar de nuevo el Jordán rabbí, la casa del padre, un anillo nuevo y una cama, quitarse este olor a cerdo de encima, un anillo nuevo y otra cena caliente. Punto seguido y pausa compensadora. Y aquellos dos fundidos en un beso en el vagón. Descarrilamos y nada. Ni se enteran. La estupenda abstracción del sexo ¿ideas de autolisis en jóvenes partidarios de Nietzsche? Qué locura. Escribir en una máquina en que faltan letras o esa visión tan parcial de la realidad o fin de cuentas qué: dejadme vivir en la caverna, enamorarme de las sombras y de los ruidos bárbaros. O saber ciertas cosas. Punto seguido. Punto seguido. O punto y aparte.
Cosas que nadie sabe. El camino de la casa al río la ladera del cerro en las tardes de agosto intuir tan solo con el tacto el nombre de las cosas saberse uno mismo en esencia poco besar el aire de la tarde ensimismarse de otra luna que sabe del viento meciendo la noche y buscarte en el cuarto llevar la mano a oscuras por el corredor seguros el paso y el gesto pero encontrar vacía la cama un hueco en la almohada quedarse callado sentarse y encender un cigarrillo subir la persiana que corra el viento y que no corra aspirar hondo contar el silencio contar luego los muertos y las bajas
la cuenta del carnicero rehacer las defensas fortificar la mueca mirarse en el espejo y lavar un poco la cara salir fuera fumar de nuevo más hondo y dentro el humo sentirse si acaso satisfecho hacer un proyecto de llorar pero sin lágrimas no tener ni cerro ni agosto ni sombra ni hostias. Punto final. Nota. Dos puntos. Y putear bajito y parecer extraño, no reconocerse en el espejo, fingir sonrisas, saludos y burlas. Acaso el exilio, acaso el exilio. Y dejar allá ETIENNE MARCEL.