lunes, 19 de enero de 2009

(XIII y último) Pont des Arts



El Pont des Arts se adivinaba ahí mismo. Entrar en él como en cuerpo acostumbrado, doblado hacia el frente. No tener certezas, pero saber ciertas cosas, cosas que nadie sabe y lo que quede de vida será de regalo. Aspirás mudo el gitanes tan consagrado por la espera, levantado con dos dedos como forma divina y sentís el humo hacerse uno acá dentro (te tocas el pecho). Recostar la espalda contra la barandilla, girar el cuello hacia arriba. Derivamos. Nos guiamos por ruidos primigenios. Te enamoras de las cavernas, benditas las sombras, los no-muertos, el reino de las ilusiones, saltar contra el espejo, intentar atravesarlo, pero claro, partirse el cráneo. Tomás aire y el cigarro asume un rumbo, señala en el cuerpo del puente una estrella desterrada.
Y pensás en reencarnaciones. El río que fuiste, cómo perdiste la virtud en aguas de otro oceáno mayor; el gorrión que volaba y volaba, el Vértigo estúpido que le suspendió las clases aéreas o, sobre todo, las mañanas en el Tíber, las tardes en el Foro, los veranos frente al Mediterráneo, cálido, eterno. Y aquel hueco, ausencia de vos, alfabetos traspuestos en el banco de los delfines. Aquí en el Pont des Artas bebimos cerveza, compramos ciertas raíces, prohibidas semillas, mascando ciertas hierbas, así, sin apuro, como quien masca tristeza; e imaginás al final desconectado en todo que naufragamos contra corriente, que la catedral reniega por fin de su clero y se suma con nos: atajo de locos, manicomio solidario flotando sobre el río en jornada de puertas abiertas, cantando, bailando, apurando el tinto turbio de las noches del mundo, escribiendo versos absurdos, iluminando un cielo que en esta ciudad no es preciso iluminar, con una luna sangrante, empecinada en sus ciclos, recortando el Institut de France.
Pero los muertos siguen siendo los muertos te recuerdan los vivos y algún hipócrita hijo de puta puta paseando impunemente en mangas de camisa.
En estas circunstancias me asomé al agua.
Y sienta bien el gitanes y deja gusto el vino. El Cour Carrée resplandecia a la izquierda. No pude evitar rezar suavito y dibujar un pez con la punta de la bota. Escupí esmeraldas azules y medité que iba siendo hora de dormir, descansar en agua profunda, amanecer en un mar desconocido sin latitudes ni longitudes nombradas, con aguas todavía por medir. Pensé en vos. Deseché su espíritu de lluvia, su aire transparente; os sentí acaso como el barro cierto, ya no lluvia, ya no abril sincero ni cristal. No recordé siquiera el bosque de vos. Desdeñé irónico el Pont Neuf, sentía profunda sed pero renegué avidamente de las fuentes que otros días agotamos juntos; no quise ni susurrar el número de tu apartamento en la rue Pavée.
Pero.
Recordar tu pelo, el dorso de tu cuello, las manos y el cuerpo como un temblor en el mío me pusieron enésimamente triste. Miré rápido hacia otro lado, conté hasta cien, suplí con trago y chacareras traducidas el mal tiento y la ñoaranza que se andaban saliendo de ritmo horario. Con todo fueron leves las balas. No se remedió el olvido y esa noche pidieron papeles al exiliado. La Maga no apareció, sólo ese hueco de su cadera en el aire y alguna esquirla de su sexo entre las tablas.
Luego siguió siendo todo muy rápido.
Me escapé inundadamente ebrio a la rivé gauche. Tan ebrio que casi me evaporaba. Acaso bajé por la rue Mazarine en dirección al Odeon pero salí perdido por Saint André des Arts, amortiguada ya de turistas y olores estupefactantes. Cantaba ya espléndido y vitoreaba a los balcones con algún gato y dos o tres noctámbulos adheridos; saludé a venus que se transfiguraba en estrella errante, angel desterrado y anoté que a la luna en tres cuartos le salían dientes. Las calles se hicieron de dos direcciones, pero luego, un trecho por delante, cansado, profundamente cansado, con un dolor de dentro que no me entendía retuve los pasos. Prudente con todo dejé pasar un citroen acelerado.
A la vuelta de la plaza del paseo -había caminado en círculo- encontré la Piedra. La inevitable y maldita Piedra que me pedía ser empujada, de nuevo, otra vez empujada, cuesta arriba empujada. Impreciso y converso Sísifo como aquel de Carpentier al que se le acababan las vacaciones, aunque las mías, paradójica y nominalmente comenzaban hoy.


Artemio Rulán. Cuaderno rojo. París 1975-1977

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sábado, 20 de diciembre de 2008

(XII) Saint German des Pres



Y subes al mundo entonces. Estás llegando poeta. Subes al mundo. Sumergido de nuevo en el gentío dejandote balancear de un lado a otro, sin posibilidades democráticas de escoger destino, haciendo el equilibrio, funambulista de rigor con la bolsa al hombro. Ciudadano del exilio. Y subís/subo despersonalizado y extraño pisás/piso de nuevo tierra firme y sentís naúseas y bajás/bajo, me apeo del barco subterráneo, arterias enterradas de París y descubro que los preparativos eran para otros y que ya el muelle está vacío y el confetti ajado y las serpentinas ahogadas de alcohol en los charcos. Y que ahora es todo demasiado rápido y han pasado años como si nada, como en la correspondance de hace media hora, como las señalizaciones del túnel.

Fue entonces izar el pecho en el Boulevar de Saint Germain, aspirar el aire de la noche y minúsculamente saberse de nuevo, oir murmullos, voces, el pálpito denso de las aceras, coches, esas risas que tanto cansan y esta nada en versículos and I want to see people and just bit my tongue. Levanté la vista y bordeé la iglesia - anacrónica pero perfecta en el corazón de esta ciudad- desprecié débilmente el Deux Magots sin ganas de golpear a esos grandes hijos de puta que jugaban a las letras. Me quedé apoyado en un poste, mirando la escena del interior, como un remedo discapacitado de Harry Haller, sentado en aquellas escaleras mirando las plantas y el linóleo y el equilibrio de una vida denegada.
Y ahora ya buscas por fin el cigarrillo. "ya estás en tierra, has llegado", pero misteriosamente te lo niegas al final, "en tierra de nadie mejor, piensas y aprietas el paquete en el bolsillo, mejor en tierra de nadie".
Una mujer vestida de blanco ha puesto una silla en la esquina de la empedrada placita. Sentada, mantiene un libro abierto en el regazo.
Lejano suena algo que podría ser Haendel, aunque no sabes porqué demonios piensas en el mar, en una ciudad atardeciendo desde La Pedrera y on the bean y en coleman hawkins.
Algún transeunte se detiene a charlar con ella, le susurran al oído, le dicen,. La mujer de blanco sonríe débilmente, sin mover ni un trazo de su cuerpo (el rostro de tiza, el pelo recogido en un pañuelo como de nácar ) y sopla sobre las hojas en blanco del libro, sin líneas de tinta , y un polvo inmaculado sacude la oscuridad de alrededor.
Y sentís, siento, estoy sintiendo lástima, una profunda e inconfundible lástima. Sientes, sientes, sientes
Evitas una fatiga ascendente y tomas, sin rumbo estudiado, apretando los cigarrillos, pero ya todo está en los libros, la rue Bonaparte.
¿Sabés?,
La noche se hacía extraña y nadie narrará tu paso cansado hacia el Sena, nadie ahora en los portales ni en los patios, ni gatos, ni almas en los zaguanes ardiendo y así, venga ahora, así te permites un silbido de exclamación o de precario júbilo, la dimensión del dolor y estos dos dedos que cruzan tranquilamente el pecho y se clavan ahí. Y sientes, sientes, sientes, esta nueva dimensión de dolor que no te han explicado en ningún sitio. Ajustas los precios, el retuerto en la boca, el ladrillo negro en el estómago. Pero lo dejas todo para luego. Haces, como jugando, vuestra lista de preferencias y verbos y priorizas: fumar, vomitar, silbar, llorar, besar y haces trampa, ah cumpa, das el irregular por hecho aunque bien sería inamovible en posiciones.
Y así, jugando letras, encaras el Quai Malaquais y respirás hondo y sin querer, es tanto esto ahí dentro, el barullo en la herida, esa estirpe inamovible de sentidos que podrías darles forma y venderlas en puestecitos trashumantes, es tanto todo, las dos orillas pero nosotros ahí en medio, en vilo que sonreis. Sonrio.
Con todo sonreís. Cabeza de Vaca. Habés llegado. Iguazú, Iguazú, para verlo has nacido con ojos en la cara. Todo lo que venga a partir de ahora te será dado de regalo.
¿Entendés ahora?
Ahí está. El Pont des Arts nace del río justo a la altura de tu pecho.


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viernes, 12 de diciembre de 2008

SAINT MICHEL (XI)


Y mufa. SAINT MICHEL a estas horas es un bullicio continuo. Intercambio cultural, poroso y táctil. Dos convoys que se cruzan. Treinta segundos, menos, antes de recorrer caminos bien contrarios, fugas opuestas. En el vagón de enfrente, más tenue la iluminación y con menos movimiento, se produce el mismo rito: entrar salir reir llorar. Recogida de bultos, convocar a los más pequeños y a los despistados. Vagón fenotipo periferia, alejándose del centro, dirección suburbio.
En la ventana de aquel vagón hay una muchacha recostada. Dibujada la silueta de su rostro de forma extraña contra un fondo amarillo. Inconsistencia de Modigliani. Difuminada. La frente con algo de pelo alborotado que le cae a los ojos. El puente, la línea frágil en pendiente, su nariz; el techo de los labios y éstos, entreabiertos, ausente como en un verso a medias; la barbilla perdida en una maraña de dedos que la aprisionan. Y perderse desde mi posición en ese perfil y ella misteriosamente se vuelve como leyendo pensamientos y cruzarse las dos miradas y saberse -sin lenguas de fuego, sin derrotas geográficas, imposibles las fronteras- y saberse cansados, fundamentalmente solidarios en ese cansancio, con ganas de inscribirse en alguna parte, hacer una memoria, convertirnos en trepas publicadores en alguna monografía, levantar una peana a ese trascendental cansancio, al resoplido compartido, a ese quéputanomás y así quedarnos: los ojos clavados, enganchados, sin movernos, pero enganchadas las miradas, la salida de Saint Michel y no volver atrás, ella al norte, yo al sur, saber que no nos veremos nunca de nuevo, nunca de nuevo, pero sabernos afines, contemporáneos.
Y mufa, el vagón mufa y arranca.

¿Qué paso entonces? Fue volverse con cierto asco, con una remota rabia que no sabés de dónde, un nudo en el estómago, los putos
kibbutzs del deseo, las palmas sudando, un resentimiento en todo. Y descuidás entonces Oliveira. Os ponés nervioso, perdés coraje. Va demasiado rápido el metro, los indicadores del túnel aturden como cometas de tercera división sin cola autorizada, como ángeles sin alas. Y sentís lástima, extraña e irremediable lástima, eso que allá arriba, los que pasean los boulevares pillados del brazo y planean y viven, llaman ponerse víctima o ponerse triste, sentís extraña e irremediable lástima, considerás las alas -esa reincidente metáfora- os mirás la espalda pero andá doblada, sin plumas ni halos, sólo vestigios de aire. Descubrís en un preciso instante que todos nos torcemos hacia la derecha al entrar en la estación, que el Nolotil no es un paraiso al alcance de la mano en la mesilla, que ya has subido niveles de mnemonics en sangre y que ya vale, y que los paraisos son prosas infames, que nos quedaremos siempre, y ahora aquí, metiendo codo en el vagón, siempre es siempre, que nos quedaremos siempre en los suburbios del viento, en los puertos tristes, ya no pastor de lluvia, ya no ñoarante de estrellas, nos quedaremos en los dominios difusos - y sonreís amargo Traveler al leerme esto. Y sentís una profunda lástima de vos -eso que los olorosos y felices de compras allá arriba dicen jugar a víctimas- y sentís profunda lástima de vos, primero de vos, y luego de la vieja despidiéndose de su hermana, no sabía que era la última vez que se verían, abrazadas como niñas, besándose como periquitos en los labios. Y os tiembla verbofacil de mierda ese don de la palabra, tiemblan las ideas y el mundo es un temblor y cambia cada cien metros y rezas bajito haciendo peces contra la americana de este joven emprendedor que te mira como a un loco pulcro y feliz hijo de puta le dices al oido y rezas bajito para que la puerta se abra de una puta vez y no podés murmurar ni contaros más historias porque os viene todo de golpe y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo y es como follar muy duro sin decir una palabra como follar en silencio con los ojos muy abiertos pero sin pensar en follar y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo o acaso sea lo mismo o lo mismo todo es igual y la puerta rezás para que se abra y tenés ganas de fumar y de llorar pero no hay ladrillos negros bastantes ni perros ahogados suficientes para esta rabia y para estas ganas de salir y conquistar varias calles para ponerles tu nombre y tenés ganas de gritar de mentar algo de putear hagiografías y blasfemar y así al final un puto dios vestido de funcionario abre las puertas y como soldado que huye desembarcas en estado lamentable, con la guerra perdida antes de empezar, con convicción intensa de rendido desembarcas en SAINT GERMAN DES PRES


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martes, 16 de septiembre de 2008

CITE (X)

(leer Gorrión de Vos desde el principio)

Aquel grupo entusiasta del fondo sale apuradamente con sus mochilas y sus cámaras de usar y tirar. Se produce un revuelo terrible. CITE.CITE. Un nuevo desembarco ávido de cultura y de saber, empeñado en ampliar sus conocimientos día a día y en anotar cositas en libretas. Y en contra, un nuevo afluente, más escaso, triste, ocupando la vacante de los emigrados.
"Cambiarnos de orilla, dejarse ir o quedarse en esta orilla. Conocés la proposición, el punto de partida: escorarse y derivar, hacer regatas con el viento, que él ordene y mande, acaso tener sólo el tabaco a mano para hacer más permisivas las nocturnidades, acaso la nervadura de una hoja también, por escribirse algo en la palma de la mano y suponer, entender algo en todo, dejar algún rastro después de todo".
Se mueve inquieto en el asiento y decide levantarse, ir preparando la bajada, buscarse un nuevo puesto de vigía. Afuera todo sigue oscuro, le monde no da puntos de referencia y hace varias estaciones que no suena música. Eso especialmente le pone nervioso.
"A veces se trata de arrojar nomás, dejar escapar la bilis -secrecional el día- como escupir fantasmas, mituos hundidos, sonrisas despojadas. Beber, traspasar el equilibrio mucogástrico, crear niveles insuperables de acidez en el alma, indecente la cabeza, crearse un paraisito del olvido, fronteras de sopor, vacaciones de uno mismo. Y arrojar luego una estela esmeralda, incandescente, que va dejando hilos de bruma, momentos fulgurantes, el hilo de ariadna, del sendero al reino prometido, vamos, momentos fulgurantes, dominios difusos. Y esa maravillosa amnesia, una estupenda AGT a la mañana siguiente, hormigueos en la cara y una punzada en el cráneo. Mas no rastros, no evidencias. O amanecer en el mar. Ah vos. Un puntual gesto del horizonte, el sol de nuevo, retomar el contorno de las cosas, saber algo, no poder decir qué, pero saber algo y lanzarse de nuevo y empezar de nuevo. Pero qué cansancio, qué desgana. Luego en frío retomar notas de nuevo, releerse los esquemas, plantearse motivos, reordenar teorías y dar la vuelta: el hueco en la almohada y tirarlo todo de nuevo por la borda, las amuradas no aguantan el embiste y el grumete hundido en la inerte soledad del agua.
Recuerdo que el viejo bebía, bebía mucho. Más de lo permitido por su bolsillo y por su escaso sentido común. Acababa las noches revolviendo en montañas de basura, tosiendo con la cabeza medio escondida en papeles y plásticos. Y vos mirabas profundamente como caminaba con flores, descalzo hacia el paseo del puerto y ebrio, apestosamente ebrio, saludaba gaviotas, olas, chalupas, barcazas madrugadoras que encaraban al horizonte. Y vos callabas - como un sacramente, saludando a un dios frágil que lloraba desconsoladamente, herido, que buscaba y no tenía hombro donde refugiarse. Y apurabas un poco del vino espeso de la botella y callás, callás, sacudís el cuerpo, temblás, no decís nada hasta el café en el piso de arriba y bromeando, cerrás los ojitos y os dejás bañar por un rayo de sol que cercaba dos cuadras, saltaba varios edificios y os caía en el perfil - como hecho para vos- y yo, claro, apuraba el sorbo, me santiguaba con irreverentes dedos y confirmaba, fumando apurado, mi credo, mi existencia un mañana más.
Pero ya no pasearé más por el Marché aux Fleurs, me lo he jurado, ni beberé más el agua en el costado del Pont Neuf. Que compren otros los gorriones y aspiren el aroma de rosas y nomeolvides. Supongo que con todo terminaré por asomarme al Cour Carrée, de noche, escuchar de nuevo aquella travesera y descubrir que las luces, en la noche, no iluminaban los edificios si no que salían de ellos, que las piedras respiraban hermosura y el reflejo aureo en las molduras, de sus aristas, de los enmarcadas de las ventanas no eran de fuera sino naturaleza intrínseca, esencia misma de los materiales. Y recordar la música llenando el patio y el edificio flotando en una indefinible sensación de irrealidad, recordar entonces que no estamos ni vivos ni muertos, solamente suspendidos en el abismo del Tiempo, acaso flotando, desbordados de estrellas, soles y lunas. Y que nada es seguro y que por ello todo tan hermoso y que la sangre se detuvo un momento en su lecho, hizo pausa y cambió de sentido. Triste entonces recordando otras bandadas de peces que habían cambiado de estela de barco, y aquel solitario, desvencijado ballenero recorrería un rumbo impreciso hacia el Sur, sin más compañía que las nubes empañadas en los mastiles"


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sábado, 14 de junio de 2008

(IX) CHATELET

Pero besa una brisa suave la frente, un ruido conocido nuevo. Fulgurante la entrada en CHATELET. Bienvenido al reino de las luces; los ojos no quieren, el cuerpo se niega y se tensa contra el cristal. Ahora entramos en el río. Bienvenido a los suburbios del agua.
"Y bajar al río. Aún sabiéndonos rutina en este calabozo, bajar al río. Saberse rodeado de agua, acaso parte de un universo extrañado al que siempre se vuelve por afinidades remotas con esta salinidad interior. Una homeostasis necesaria. Saberse quizás en mano de la madre primigenia. Me asomo a la ventana y reconozco despreocupadas medusas cabalgando depresivamente en un mundo teñido de verde, en una corriente continua con quillas de distintos tamaños allá arriba, sedales arrojados, de nuevo el Pequod preparado a arrancar y clavar el salvaje arpón. Solitarios tiburones paseando sin nadie salvo el leguleyo de turno en la chepa, horribles peces abisales con dos retinas, visión de dos velocidades acá en el reino de los muertos".
"Yo también me cambiaba las gafas un momento para pensar, un punto para arreglar los gestos, para detener la mano hacia el hueco de tu pelo y perfilar los labios, copiar igual tu sonrisa y ponerla como mía, pero continuar, ¿sabés?, continuar el rictus éste, un calambre agarrotado y la mandíbula tensa. Y luego tenés que bajar el rostro -ese indudable- tapar ese viento con la mirada, disimulás ¿sabés?, decís cosas del pecho que salen nomás y no ensayás, no lees, no fingís tonterías. Y yo tragar miga y beberme los posos turbios y ocres para ganar tiempo y no transparentar. Acá algo se andá pudriendo, lo se. Pero mirá. Hablaba de peces. La holoturia como una chincheta en en el revestimento del vagón del metro y los lirios fluviales agitando sus filamentos; y sargazos flotando en completa placidez bajo un sol inquietante, pero ajenos a las desgracias dos mil metros más abajo. En fin y ahora andar bajo el río, casi escuchar el Sena manso allá arriba, casi oliendo el barro verde que es su esencia, retomando las palabras que lleva, los rostros, nombres, tazas, dormideras, borracheras, papeles, derrotas, folladuras y sueños"

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domingo, 6 de abril de 2008

(VIII) LES HALLES

"Y ya LES HALLES. Eso del tiempo pasando rápido en buena compañía. Y allá arriba Saint Eustache, también sin quererlo, en la frontera, a medias el camino entre uno y otro. Soberbia, forradita de palomas y de niños, elevándose contra la línea del cielo en el corazón de la ciudad. Y tal vez Ruggieri contando estrellas, acompañánsoe -creyéndolo al menos- en esa insondable tristeza de las noches de hace más de cuatrocientos aaños, confirmándose - acariciancdo el rudimentario telescopio, las amargas cartas de astronomía- que la melancolía es más vieja que el hambre y el hombre; y que la erudición, la ciencia, las físiccas y sus ritmos estelares, viejo, no son más que obviedades, trucos, regates de la especie humana por librarse, y consiguiendo a trechos, de la combinación de intrones/extrones que a lo mejor compartimos pese a cuatro siglos de pausa. ¿Kibbutzs del deseo? Acaso sí, Horacio, jodida lucidez sobre la transitoriedad de la existencia - ¿qué querría decir el columnista?-. Este continuo decirse y ahoraqué y una extraña y tranquila sonrisa después de todo. Salir de nuevo. Apurar de nuevo el camino hacia tu casa, tan cambiado el camino que no reconozco. No me mire señorita que me ruborizo".
"Y una pequeña luz rítmica marcando débil el rastro de la vía. Intermitente cada dos, tres segundos. Un, dos, tres. Un, dos, tres. Y si intentas fijar la vista, allá lejos, despacito primero rápido después, los ojos se van. El vaivén en la cabeza, los músculos del cuello que no responden, esa tonta descoordinación que va y que va. Gira sin sentido, gira, gira. Y el sueño que llega. Una opresión extraña en las encías, como si crecieran los molares: la aceleración, las curvas, las luces. Un, dos, tres. Destello. Un, dos, tres. Destello. Dream. Y viene, viene. Los párpados no se controlan. Una fracción apenas de tus cuencas negadas. Y anegado, baldío, turbio, ese terreno lleno de cadáveres que vamso dejando, turbio el sentimiento desde entonces, el sentimiento. La lengua espesa en la boca. Abrir, cerrar. Un, dos, tres, cuatro. Se escapa el destello. Ahora un poco más retrasado. Este plomizo señuelo que nos guía. Este sonido ahora cuando todo es noche. Darkness, sweet darkness. La cabeza, los ojos pesados cerrándose. Y mariposas blancas. Acuden siempre en esta frontera mariposas blancas. Contra las rejillas y las barras de metal, en el extintor encarnado, acarician, encienden de chispas el cristal de la ventana, borran las letras de instrucciones y manejos. El silbido del vagón de metro en la curva. Son como pétalos incandescentes, millones de mariposas blancas que entran por los ojos, por los oídos, por la boca. Crepitando como brasas, Viene, viene aquí el ejército. El torpe balanceo. No merece la pena reñir con los palpebrales. Ejercite la gravedad su gloriosa función. El cuello salga del eje. Ahora, mejor ahora, con este punto de anclaje en el asiento. Fijando las ideas y el ruido amortiguado que va hundiéndose. Repaso mental de las distancias conocidas. Un, dos, tres, cuatro. Destello, destello. Ceden las mariposas. Huele hermoso el campo allá fuera. Duermo. Duermo. Duermo. Extiendo la mano, abro el cristal, el brazo se convierte en ala. Acaricio aquella colina. Paso a través de la aliteración de luces sin romper su continuidad, intactas las plumas que refuerzan vértigo y hojas del suelo. Me transfiguro en la espesura de aquella alameda que cae hacia el río. Vuelo. Duermo. Vuelo. Las mariposas en bandadas cotejan el camino , se vuelven y regresan a un gris vagón que se aleja a mi espalda. Escojo otra vez la pradera y el cerro. Continuo cambiando, aumentando el número de párpados, la densidad de mi vista. Duermo. Duermo. Duermo. Un, dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres".


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viernes, 28 de marzo de 2008

(VII) ETIENNE MARCEL


Y dejar allá ETIENNE MARCEL como una exclamación, sin constancia ni recuerdo de haber estado, con dos jóvenes ensimismados en sí mismo, en círculo de pieles, atolondrados, inseguros en que camino tomar, pero a gusto en esa encrucijada bien cogidos el uno del otro.
Abre el libro y lee para sí: Diego Ernesto Silveira

Aquí vivimos
a largas penas, puñaladas putas del tiempo y los días
Pero aquí vivimos
Tendemos la ropa en los sueños
besamos bajito los santos sin corona
que fuman pitillos
que se hacen líneas de tiza
de la acera a la cama
como guías de ciego en los malos mares
Sacudimas las migas de pan a los patios
y los gorriones nos pagan con cantos
(Estribillo: acá se vive
a largas penas con más sonrisas
la carne y calle decimos de igual manera)


"Ra, ra, ra se mofa Oliveira. Aquellos treinta mil o eran más apoyando al compañero hace años en Santiago, la guitarra partidaria. Qué tentación del triunfo, de doblar la historia, del exito sutil y enmascarado. Las banderas rojinegras de hace cien años, la amanecida en Nicaragua, y los amigos, mis contemporáneos, que no llegaron a entrar en la capital, mis contemporáneos que reclamo, desaparecidos o muertos. Ñoaranza también. Puteo bajito que ellos merecen. Y los otros contemporáneos de ahí fuera, con las mantas de un lado a otro, subiendo y bajando escaleras hace dos días, la gendarmerie persiguiendo, inculpando según artículo trescientosyoquese de venta ambulante penable, querible, amable, besable. Los compañeros de ahí fuera y mi ausencia de acá dentro. Ra, ra, ra Oliveira", se mofa mientras se niega el tercer cigarro de la tarde.
"Y fumar es peligroso, pero sólo según la loi nº 9132. Y ya LES HALLES"




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