martes, 16 de septiembre de 2008

CITE (X)

(leer Gorrión de Vos desde el principio)

Aquel grupo entusiasta del fondo sale apuradamente con sus mochilas y sus cámaras de usar y tirar. Se produce un revuelo terrible. CITE.CITE. Un nuevo desembarco ávido de cultura y de saber, empeñado en ampliar sus conocimientos día a día y en anotar cositas en libretas. Y en contra, un nuevo afluente, más escaso, triste, ocupando la vacante de los emigrados.
"Cambiarnos de orilla, dejarse ir o quedarse en esta orilla. Conocés la proposición, el punto de partida: escorarse y derivar, hacer regatas con el viento, que él ordene y mande, acaso tener sólo el tabaco a mano para hacer más permisivas las nocturnidades, acaso la nervadura de una hoja también, por escribirse algo en la palma de la mano y suponer, entender algo en todo, dejar algún rastro después de todo".
Se mueve inquieto en el asiento y decide levantarse, ir preparando la bajada, buscarse un nuevo puesto de vigía. Afuera todo sigue oscuro, le monde no da puntos de referencia y hace varias estaciones que no suena música. Eso especialmente le pone nervioso.
"A veces se trata de arrojar nomás, dejar escapar la bilis -secrecional el día- como escupir fantasmas, mituos hundidos, sonrisas despojadas. Beber, traspasar el equilibrio mucogástrico, crear niveles insuperables de acidez en el alma, indecente la cabeza, crearse un paraisito del olvido, fronteras de sopor, vacaciones de uno mismo. Y arrojar luego una estela esmeralda, incandescente, que va dejando hilos de bruma, momentos fulgurantes, el hilo de ariadna, del sendero al reino prometido, vamos, momentos fulgurantes, dominios difusos. Y esa maravillosa amnesia, una estupenda AGT a la mañana siguiente, hormigueos en la cara y una punzada en el cráneo. Mas no rastros, no evidencias. O amanecer en el mar. Ah vos. Un puntual gesto del horizonte, el sol de nuevo, retomar el contorno de las cosas, saber algo, no poder decir qué, pero saber algo y lanzarse de nuevo y empezar de nuevo. Pero qué cansancio, qué desgana. Luego en frío retomar notas de nuevo, releerse los esquemas, plantearse motivos, reordenar teorías y dar la vuelta: el hueco en la almohada y tirarlo todo de nuevo por la borda, las amuradas no aguantan el embiste y el grumete hundido en la inerte soledad del agua.
Recuerdo que el viejo bebía, bebía mucho. Más de lo permitido por su bolsillo y por su escaso sentido común. Acababa las noches revolviendo en montañas de basura, tosiendo con la cabeza medio escondida en papeles y plásticos. Y vos mirabas profundamente como caminaba con flores, descalzo hacia el paseo del puerto y ebrio, apestosamente ebrio, saludaba gaviotas, olas, chalupas, barcazas madrugadoras que encaraban al horizonte. Y vos callabas - como un sacramente, saludando a un dios frágil que lloraba desconsoladamente, herido, que buscaba y no tenía hombro donde refugiarse. Y apurabas un poco del vino espeso de la botella y callás, callás, sacudís el cuerpo, temblás, no decís nada hasta el café en el piso de arriba y bromeando, cerrás los ojitos y os dejás bañar por un rayo de sol que cercaba dos cuadras, saltaba varios edificios y os caía en el perfil - como hecho para vos- y yo, claro, apuraba el sorbo, me santiguaba con irreverentes dedos y confirmaba, fumando apurado, mi credo, mi existencia un mañana más.
Pero ya no pasearé más por el Marché aux Fleurs, me lo he jurado, ni beberé más el agua en el costado del Pont Neuf. Que compren otros los gorriones y aspiren el aroma de rosas y nomeolvides. Supongo que con todo terminaré por asomarme al Cour Carrée, de noche, escuchar de nuevo aquella travesera y descubrir que las luces, en la noche, no iluminaban los edificios si no que salían de ellos, que las piedras respiraban hermosura y el reflejo aureo en las molduras, de sus aristas, de los enmarcadas de las ventanas no eran de fuera sino naturaleza intrínseca, esencia misma de los materiales. Y recordar la música llenando el patio y el edificio flotando en una indefinible sensación de irrealidad, recordar entonces que no estamos ni vivos ni muertos, solamente suspendidos en el abismo del Tiempo, acaso flotando, desbordados de estrellas, soles y lunas. Y que nada es seguro y que por ello todo tan hermoso y que la sangre se detuvo un momento en su lecho, hizo pausa y cambió de sentido. Triste entonces recordando otras bandadas de peces que habían cambiado de estela de barco, y aquel solitario, desvencijado ballenero recorrería un rumbo impreciso hacia el Sur, sin más compañía que las nubes empañadas en los mastiles"


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