domingo, 6 de abril de 2008

(VIII) LES HALLES

"Y ya LES HALLES. Eso del tiempo pasando rápido en buena compañía. Y allá arriba Saint Eustache, también sin quererlo, en la frontera, a medias el camino entre uno y otro. Soberbia, forradita de palomas y de niños, elevándose contra la línea del cielo en el corazón de la ciudad. Y tal vez Ruggieri contando estrellas, acompañánsoe -creyéndolo al menos- en esa insondable tristeza de las noches de hace más de cuatrocientos aaños, confirmándose - acariciancdo el rudimentario telescopio, las amargas cartas de astronomía- que la melancolía es más vieja que el hambre y el hombre; y que la erudición, la ciencia, las físiccas y sus ritmos estelares, viejo, no son más que obviedades, trucos, regates de la especie humana por librarse, y consiguiendo a trechos, de la combinación de intrones/extrones que a lo mejor compartimos pese a cuatro siglos de pausa. ¿Kibbutzs del deseo? Acaso sí, Horacio, jodida lucidez sobre la transitoriedad de la existencia - ¿qué querría decir el columnista?-. Este continuo decirse y ahoraqué y una extraña y tranquila sonrisa después de todo. Salir de nuevo. Apurar de nuevo el camino hacia tu casa, tan cambiado el camino que no reconozco. No me mire señorita que me ruborizo".
"Y una pequeña luz rítmica marcando débil el rastro de la vía. Intermitente cada dos, tres segundos. Un, dos, tres. Un, dos, tres. Y si intentas fijar la vista, allá lejos, despacito primero rápido después, los ojos se van. El vaivén en la cabeza, los músculos del cuello que no responden, esa tonta descoordinación que va y que va. Gira sin sentido, gira, gira. Y el sueño que llega. Una opresión extraña en las encías, como si crecieran los molares: la aceleración, las curvas, las luces. Un, dos, tres. Destello. Un, dos, tres. Destello. Dream. Y viene, viene. Los párpados no se controlan. Una fracción apenas de tus cuencas negadas. Y anegado, baldío, turbio, ese terreno lleno de cadáveres que vamso dejando, turbio el sentimiento desde entonces, el sentimiento. La lengua espesa en la boca. Abrir, cerrar. Un, dos, tres, cuatro. Se escapa el destello. Ahora un poco más retrasado. Este plomizo señuelo que nos guía. Este sonido ahora cuando todo es noche. Darkness, sweet darkness. La cabeza, los ojos pesados cerrándose. Y mariposas blancas. Acuden siempre en esta frontera mariposas blancas. Contra las rejillas y las barras de metal, en el extintor encarnado, acarician, encienden de chispas el cristal de la ventana, borran las letras de instrucciones y manejos. El silbido del vagón de metro en la curva. Son como pétalos incandescentes, millones de mariposas blancas que entran por los ojos, por los oídos, por la boca. Crepitando como brasas, Viene, viene aquí el ejército. El torpe balanceo. No merece la pena reñir con los palpebrales. Ejercite la gravedad su gloriosa función. El cuello salga del eje. Ahora, mejor ahora, con este punto de anclaje en el asiento. Fijando las ideas y el ruido amortiguado que va hundiéndose. Repaso mental de las distancias conocidas. Un, dos, tres, cuatro. Destello, destello. Ceden las mariposas. Huele hermoso el campo allá fuera. Duermo. Duermo. Duermo. Extiendo la mano, abro el cristal, el brazo se convierte en ala. Acaricio aquella colina. Paso a través de la aliteración de luces sin romper su continuidad, intactas las plumas que refuerzan vértigo y hojas del suelo. Me transfiguro en la espesura de aquella alameda que cae hacia el río. Vuelo. Duermo. Vuelo. Las mariposas en bandadas cotejan el camino , se vuelven y regresan a un gris vagón que se aleja a mi espalda. Escojo otra vez la pradera y el cerro. Continuo cambiando, aumentando el número de párpados, la densidad de mi vista. Duermo. Duermo. Duermo. Un, dos, tres. Un, dos, tres. Un, dos, tres".


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