TEMPLE. Pararse y salir. Despacio, ir cogiendo el ritmo de nuevo. Con averías previsibles o no, pero salir. Una oscura mujer de sentimiento entra en el vagón, se apoya contra una de las puertas y actúa. Extiende vagamente los brazos, mira la pared oscura del fondo, a través de un concurso de jaulas o de pieles desnudas, blasfema –supone- en extraño y apátrida lenguaje y canta combinando en forma inusual las injurias con los duendes de los versos. Canta. Canta con melancolía pegajosa de cuarto de litro. Canta Hace arañas con los puchos de sueño recogidos horas antes en alguna calle que conoce de memoria: se queja, pide, corroe y hace salir la voz terrible de una chiquilla de dieciséis, diecisiete años. Difícil se hace entonces comulgar con alguna postura: burla, compasión, entusiasmo, emoción o espanto. Un viejo tripulante levanta el cuello desde su le monde. La viejecita despierta en su jardín de azaleas, entorna los ojos y medio sonríe evocando algo. Tararea callada.
“Alguna melodía conciudadana que se me escapa. Ya ves vieja, la añoranza del boliche, la dicha detrás de la guerra, el olvido en el exilio, la calma porteña en tarde de domingo cuando el laburo del día siguiente resulta innombrable, impensable. La ñoaranza, la genética melancolía de reflejarnos en la plata, ñoarar que nos fugamos allá”
Un dedo contra el vidrio, borrar gotas imaginarias de lluvia (aquí abajo no existen estaciones), el semen transparente del cielo a la tierra.
“Quebrar el miedo, el insomnio, la constante vigilia o el eterno sueño, lo mismo todo pero al revés. O el corazón agitándose y el sudor, la rabia, una mano extendida en un polvoriento camino, cuatro mil metros arriba, entre el cielo y la tierra, rayuela también, tejados camuflados al lado de las nubes, de inmaculado blanco el cuatro por cuatro, camino del inca, dos manos, cuatro manos paradas extendidas al lado del arcén. El corazón palpita: despersonalización, taquiarritmias, cortejo vegetativo intenso, leve desorientación temporoespacial, sensación de falta de aire y ARTS ET METIERS.
domingo, 28 de octubre de 2007
miércoles, 17 de octubre de 2007
(II) RÉPUBLIQUE
RÉPUBLIQUE. “¿Encontraría de nuevo a la Maga?. Yo también lo pregunto. Añoranza. Algún terreno de esos baldíos, farragoso, empantanado, movedizo, tierras de nadie entre la razón y el sentimiento. Yo también me lo pregunto”.
Se enmohece a ratos el anden y la población estática esperando. Un acento turbio alrededor, ocre al tacto. Y escupe, silba, silba la máquina entrando en estación, chillido celestial; estirando los apéndices metálicos para desplegar nuevas tierras, reconocerlas al tiento, otros ojos, otras manos, otras lenguas por reinventar.
“But then, darkness, sweet darkness”
Recorre los vagones de una a uno con el gesto, buscando docentemente el número asignado, por el azar asignado, esa combinación inventada de letras y claves minutos antes alrededor de una mesa en un café. El asfixiante bochorno de fuera parece echarse atrás, mitigarse por la celosa comodidad del aire, artificial y benefactor aire de la máquina. Toma asiento hacia la mitad.
“Un equilibrio necesario de partida” piensa. “Salimos del centro. Nos escoraremos, nos dejaremos llevar, derivaremos al rumbo, embarrancar la quilla. ¿Relativismo?¿resignación? Puto destino nomás Oliveira”.
Una señora mayor, con un pañuelo malva con sobrefondo de azaleas rojas cabecea junto a la ventana; la piel perfecta y casi rítmicamente surcada por miles de arrugas que se entrecuzan, fugan y revisten una geografía sutil , con fronteras de ámbar y plata. “Bastaría transpirar y quebrar el sueño. Delfines, talco, rosas, espejos quizás”.
En frente un extraordinario ejecutivo. Simétrico también el rostro y el atuendo. Conforme, de libro, extraño aquí abajo, definición estricta de manuales de estilo al uso. Cruzada impecable una pierna sobre la otra, un bronceado aterrador y una frente tersa sin rastros de sudor, sin signos delatadores de hora punta y masificación laboral.
“No temás viejo” bromea bajito “acaso exista mayor explicación, más cordura, mejor entendimiento en esa perfumadita blazier, en la raya de su pantalón. Su bufanda – de vos refiero- y esa pose gastada atufa retórica”
Y como leyendo mentes el prohombre que se mueve, extiende la mano y argumenta:
“Buenas tardes, va a sentarse”. Intuye la pregunta con dos palabras cogidas al vuelo entre el ruido. Pausa, sonrojo, pausa de nuevo y balbuceo, un tímido sí sí, con traducción repetida y torpe a tres idiomas. “No estará ocupado ¿verdad?” “No, no”. Retirar los periódicos. Acoger la bolsa entre las piernas y acomodar las pupilas a la oscuridad de ahí fuera.
Aquí dentro todo el mundo aparenta ser extraño disimulando tras un libro, repasando los itinerarios, combinando trayectos, denotando su condición de provisionalidad por el acento y los aspavientos que hace contra inercia en las curvas afiladas; escondiéndose en semánticas confusas, exoticas al cosmopolita oído de otros rutinarios viajeros.
“Saber cosas de allá, del cerro, de vos. Del lado del que pudimos estar , del que no estamos. De otros boletos que pudimos comprar y que descartamos”. La cabeza que se mueve como idiota, que se mueve como idiota. “Hay mucho que aprender de las bestias” cita, “mucho le debemos a los intrincados rincones, paleocortex, a los oscuros pasajes, a las batallas perdidas”.
Y el aire que se para. Nadie pendiente de nadie o todos pendientes de todos. La luz, la sorpresa de esta luz de nuevo, este pálido y enfermizo color amortiguado recurso de supervivencia, pero tanta Vida, tanta Vida ahí fuera. TEMPLE.
Se enmohece a ratos el anden y la población estática esperando. Un acento turbio alrededor, ocre al tacto. Y escupe, silba, silba la máquina entrando en estación, chillido celestial; estirando los apéndices metálicos para desplegar nuevas tierras, reconocerlas al tiento, otros ojos, otras manos, otras lenguas por reinventar.
“But then, darkness, sweet darkness”
Recorre los vagones de una a uno con el gesto, buscando docentemente el número asignado, por el azar asignado, esa combinación inventada de letras y claves minutos antes alrededor de una mesa en un café. El asfixiante bochorno de fuera parece echarse atrás, mitigarse por la celosa comodidad del aire, artificial y benefactor aire de la máquina. Toma asiento hacia la mitad.
“Un equilibrio necesario de partida” piensa. “Salimos del centro. Nos escoraremos, nos dejaremos llevar, derivaremos al rumbo, embarrancar la quilla. ¿Relativismo?¿resignación? Puto destino nomás Oliveira”.
Una señora mayor, con un pañuelo malva con sobrefondo de azaleas rojas cabecea junto a la ventana; la piel perfecta y casi rítmicamente surcada por miles de arrugas que se entrecuzan, fugan y revisten una geografía sutil , con fronteras de ámbar y plata. “Bastaría transpirar y quebrar el sueño. Delfines, talco, rosas, espejos quizás”.
En frente un extraordinario ejecutivo. Simétrico también el rostro y el atuendo. Conforme, de libro, extraño aquí abajo, definición estricta de manuales de estilo al uso. Cruzada impecable una pierna sobre la otra, un bronceado aterrador y una frente tersa sin rastros de sudor, sin signos delatadores de hora punta y masificación laboral.
“No temás viejo” bromea bajito “acaso exista mayor explicación, más cordura, mejor entendimiento en esa perfumadita blazier, en la raya de su pantalón. Su bufanda – de vos refiero- y esa pose gastada atufa retórica”
Y como leyendo mentes el prohombre que se mueve, extiende la mano y argumenta:
“Buenas tardes, va a sentarse”. Intuye la pregunta con dos palabras cogidas al vuelo entre el ruido. Pausa, sonrojo, pausa de nuevo y balbuceo, un tímido sí sí, con traducción repetida y torpe a tres idiomas. “No estará ocupado ¿verdad?” “No, no”. Retirar los periódicos. Acoger la bolsa entre las piernas y acomodar las pupilas a la oscuridad de ahí fuera.
Aquí dentro todo el mundo aparenta ser extraño disimulando tras un libro, repasando los itinerarios, combinando trayectos, denotando su condición de provisionalidad por el acento y los aspavientos que hace contra inercia en las curvas afiladas; escondiéndose en semánticas confusas, exoticas al cosmopolita oído de otros rutinarios viajeros.
“Saber cosas de allá, del cerro, de vos. Del lado del que pudimos estar , del que no estamos. De otros boletos que pudimos comprar y que descartamos”. La cabeza que se mueve como idiota, que se mueve como idiota. “Hay mucho que aprender de las bestias” cita, “mucho le debemos a los intrincados rincones, paleocortex, a los oscuros pasajes, a las batallas perdidas”.
Y el aire que se para. Nadie pendiente de nadie o todos pendientes de todos. La luz, la sorpresa de esta luz de nuevo, este pálido y enfermizo color amortiguado recurso de supervivencia, pero tanta Vida, tanta Vida ahí fuera. TEMPLE.
sábado, 6 de octubre de 2007
(I) Intro
"Nuevamente había sido un llanto amargo y silencioso y llenito de preguntas. Nuevamente habían pasado horas antes de que se durmiera. Nuevamente se despertaba demasiado temprano aún para el colegio. Por la amplia ventana del dormitorio en penumbra, como cada madrugada, como cada mañana y cada día, el lamento desgarrador y agudo de la paloma cuculí era la música de fondo que liquidaba toda posibilidad de recuperación de alegría en aquella habitación limpia, moderna, confortable y alegre. Como perdigones helados, húmedos y helados, el lamento cuculí de las palomas agujereaba las cortinas aún cerradas y venía a matarlo de pena, a llenarlo de indefensión, de nuevas inquietudes ¿cómo se podía ser un chico alegre en una ciudad con esos amaneceres?
"Hoy terminan las vacaciones de Sísifo"
"Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizás estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevar de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba"
Saber ciertas cosas. Ciertas cosas que nadie sabe. La extraña y congénita melancolía de atardecer lejos de casa. Ese exigible retuerto en la boca del estómago al inicio de la noche; esa eterna e incontestable pregunta del labio inferior, como el humo colgando, cansada pregunta colgando; la insuperable mística de un poco de café derramado – el equilibrio quizás- vertido fuera de sitio, los puchos en el plato y una luz a contrapelo, rebotando, torpe en cada detalle ya resuelto y abandonando, denotando el perfil de las cosas que se designan en silencio.
Saber ciertas cosas. El verso del perro flotando en el agua, contra gravedades, contra corrientes, lomo arriba, tenaz, persiguiendo un destino, un maldito destino al que, de llegar, no llegará consciente. La infinita fracción de tus ojos cerrados, décimas de segundo nomás, y pensar morir, pensar quedarnos ausente por siempre a dos cuencas negadas.
Saber ciertas cosas. No dominar tu lenguaje, no controlar las señas, los signos, las fingidas metáforas. Piolines, palanganas. Rumorear los sentidos, descifrar con el tacto los escondrijos de todos los cuentos, Walt, Felipe, de todos los cuentos que tanto me se. La inevitable esperanza de la mañana, amarrarse a la orilla un día más, meter periódicos en el cuerpo, aliviar el frío, soplar fuerte, paralelos, geométricos perfectos el agua, el banco y un hombro ajeno. La inevitable esperanza de la mañana, de todas las mañanas del mundo, de todas las grandes palabras copiadas, fingidas, de tantos giros simulados, de pequeños amagos de vida. En fin, la luz en el marco de una ventana- siempre pasado, siempre irrepetible, abrasnado un instante de retina- estelas, miríadas de estrellas, pariendo creando paraísos en un pedazo de sol que hiere la sombra, la toma y hace hijos, besos.
Saber tantas cosas. Como que no estás. Y que la casa cruje en sus rincones, que el cuerpo chirría, blasfema, se mutila a horas que pasan.
(volver a contemporáneos)
No me esperen en Abril. Alfredo Bryce Echenique.
"Hoy terminan las vacaciones de Sísifo"
Los pasos perdidos. Alejo Carpentier
"Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizás estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevar de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba"
Rayuela. Julio Cortázar
Saber ciertas cosas. Ciertas cosas que nadie sabe. La extraña y congénita melancolía de atardecer lejos de casa. Ese exigible retuerto en la boca del estómago al inicio de la noche; esa eterna e incontestable pregunta del labio inferior, como el humo colgando, cansada pregunta colgando; la insuperable mística de un poco de café derramado – el equilibrio quizás- vertido fuera de sitio, los puchos en el plato y una luz a contrapelo, rebotando, torpe en cada detalle ya resuelto y abandonando, denotando el perfil de las cosas que se designan en silencio.
Saber ciertas cosas. El verso del perro flotando en el agua, contra gravedades, contra corrientes, lomo arriba, tenaz, persiguiendo un destino, un maldito destino al que, de llegar, no llegará consciente. La infinita fracción de tus ojos cerrados, décimas de segundo nomás, y pensar morir, pensar quedarnos ausente por siempre a dos cuencas negadas.
Saber ciertas cosas. No dominar tu lenguaje, no controlar las señas, los signos, las fingidas metáforas. Piolines, palanganas. Rumorear los sentidos, descifrar con el tacto los escondrijos de todos los cuentos, Walt, Felipe, de todos los cuentos que tanto me se. La inevitable esperanza de la mañana, amarrarse a la orilla un día más, meter periódicos en el cuerpo, aliviar el frío, soplar fuerte, paralelos, geométricos perfectos el agua, el banco y un hombro ajeno. La inevitable esperanza de la mañana, de todas las mañanas del mundo, de todas las grandes palabras copiadas, fingidas, de tantos giros simulados, de pequeños amagos de vida. En fin, la luz en el marco de una ventana- siempre pasado, siempre irrepetible, abrasnado un instante de retina- estelas, miríadas de estrellas, pariendo creando paraísos en un pedazo de sol que hiere la sombra, la toma y hace hijos, besos.
Saber tantas cosas. Como que no estás. Y que la casa cruje en sus rincones, que el cuerpo chirría, blasfema, se mutila a horas que pasan.
(volver a contemporáneos)
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