sábado, 6 de octubre de 2007

(I) Intro

"Nuevamente había sido un llanto amargo y silencioso y llenito de preguntas. Nuevamente habían pasado horas antes de que se durmiera. Nuevamente se despertaba demasiado temprano aún para el colegio. Por la amplia ventana del dormitorio en penumbra, como cada madrugada, como cada mañana y cada día, el lamento desgarrador y agudo de la paloma cuculí era la música de fondo que liquidaba toda posibilidad de recuperación de alegría en aquella habitación limpia, moderna, confortable y alegre. Como perdigones helados, húmedos y helados, el lamento cuculí de las palomas agujereaba las cortinas aún cerradas y venía a matarlo de pena, a llenarlo de indefensión, de nuevas inquietudes ¿cómo se podía ser un chico alegre en una ciudad con esos amaneceres?

No me esperen en Abril. Alfredo Bryce Echenique.


"Hoy terminan las vacaciones de Sísifo"

Los pasos perdidos. Alejo Carpentier


"Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizás estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevar de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba"

Rayuela. Julio Cortázar





Saber ciertas cosas. Ciertas cosas que nadie sabe. La extraña y congénita melancolía de atardecer lejos de casa. Ese exigible retuerto en la boca del estómago al inicio de la noche; esa eterna e incontestable pregunta del labio inferior, como el humo colgando, cansada pregunta colgando; la insuperable mística de un poco de café derramado – el equilibrio quizás- vertido fuera de sitio, los puchos en el plato y una luz a contrapelo, rebotando, torpe en cada detalle ya resuelto y abandonando, denotando el perfil de las cosas que se designan en silencio.
Saber ciertas cosas. El verso del perro flotando en el agua, contra gravedades, contra corrientes, lomo arriba, tenaz, persiguiendo un destino, un maldito destino al que, de llegar, no llegará consciente. La infinita fracción de tus ojos cerrados, décimas de segundo nomás, y pensar morir, pensar quedarnos ausente por siempre a dos cuencas negadas.
Saber ciertas cosas. No dominar tu lenguaje, no controlar las señas, los signos, las fingidas metáforas. Piolines, palanganas. Rumorear los sentidos, descifrar con el tacto los escondrijos de todos los cuentos, Walt, Felipe, de todos los cuentos que tanto me se. La inevitable esperanza de la mañana, amarrarse a la orilla un día más, meter periódicos en el cuerpo, aliviar el frío, soplar fuerte, paralelos, geométricos perfectos el agua, el banco y un hombro ajeno. La inevitable esperanza de la mañana, de todas las mañanas del mundo, de todas las grandes palabras copiadas, fingidas, de tantos giros simulados, de pequeños amagos de vida. En fin, la luz en el marco de una ventana- siempre pasado, siempre irrepetible, abrasnado un instante de retina- estelas, miríadas de estrellas, pariendo creando paraísos en un pedazo de sol que hiere la sombra, la toma y hace hijos, besos.
Saber tantas cosas. Como que no estás. Y que la casa cruje en sus rincones, que el cuerpo chirría, blasfema, se mutila a horas que pasan.


(volver a contemporáneos)

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