REAUMER-SEBASTOPOL. Cambia el minotauro. Ariadna que no viene y apretar los brazos contra la boca del gáster, suspirar, tragar saliva. Evitar una incómoda apnea. Cambia el minotauro. Correspondance Porte d´Orleans.
Y este murmullo que crece, este murmullo que crece. Salir disparados de izquierda a derecha hacia arriba hacia abajo.
"Este inevitable contacto social", socarrón, tímido, "esta timidez vulgar"
Y las gafas empañadas. Se trata obviamente de despechar Clignancourt, de seguir todo ese montón fraterno de united colors, tomarles el movimiento uniforme y acertar, tener tiento. Y se cansa, jura suave, sacude el sudor. Moustaki en su banqueta afinando le meteque amparado por un extraño anuncio de refrescos. Acaricia suave los lentes con el borde raído de la camisa, murmura, aclara ideas, convoca rostros. Deseo ajado. Y Horacio se descarga la bolsa de un hombro más que harto, dormido, y extravía la mirada contra las vías. El pagano extranjero exprime el mástil y el aire alrededor, sacando acordes que rebotan en el románico techo y se van perdiendo boca oscura, primigenia, la caverna.
"La ñoaranza ese ladrillo de bilis a la salida del estómago, digestiones apáticas, lentas y pesadas, esa flema que impide la conversación medida. Una anciana o una chiquilla - no recuerdo- llorando hace años en un banco. No se dónde ni cuándo ni porqué, ni siquiera a cuento de qué ahora".
Se recuesta, echa mano y se reprime un censurado cigarrillo.
"Se trata sobre todo de fingir. Putear bajito, maldecir justo, decir las oraciones necesarias en los sitios convenientes y luego disimular, con mucho tacto disimular. Aparentar, como el nudo en la corbata, aparente esa exquisita educación, buen humor o mala hostia, pero todo tan medido. Pero escapa, exilio, ley de extranjería por humor excesivo, frontalización y moria desordenada. Escapa, vamos, escaleras arriba corre. Pierde por piernas la risa, esa estúpida línea roja en los labios, finge un rictus amargo, el perro siempre hacia arriba, herido en sangre el dorso".
Apura el paso. Moustaki pule a su espalda las piedras con la garganta en brea, se deslizan lentas y pesadas las sílabas contra los rincones, esas paredes peladas tan bellas, la ruinosa geografía del infierno. Una vieja recoge algo del suelo y lo guarda en un bolsillo asimétrico del abrigo. Suda de pensarlo. Se niega un segundo cigarrillo mientras calcula qué día será allá arrib, si la luna habrá adelantado cuartos y habrá empezado a jugar de una vez por todas contra el calendario, si se habrá perdido unos cuantos años, si estarán anegados los barrios, el anunciado diluvio y amanecería en una nueva Venecia: si se habrán olvidado algunas palabras y su uso estará rutinariamente restringido; si resucitarían por fin aquellos que tanto lo merecían: un anciano orinaba en el armario y dormia con sandalias y aquellos otros que gritaban como niños en los patios; si se harán largado, muerto, partido, extrañado los farsantes de siempre.
Maldijo bajo, en fonemas inventados, mordiéndose un trozo de labio y entró a saco en el vagón, cayendo casi de cabeza contra media comunidad judía del Marais. Se disculpó con esa sonrisa universal que tan bien gasta, mientras los niños y el rabino continuaban su pequeña clase ambulante de historias hebraicas, relatos del Talmud, escribiendo letras al moverse.
"Se trata sobre todo de fingir. Punto seguido. Ya veo, ya veo", retoma de nuevo centrado por fin por el cabeceo y la penumbra amodorrante del vagón. "Se trata sobre todo de fingir".
Y este murmullo que crece, este murmullo que crece. Salir disparados de izquierda a derecha hacia arriba hacia abajo.
"Este inevitable contacto social", socarrón, tímido, "esta timidez vulgar"
Y las gafas empañadas. Se trata obviamente de despechar Clignancourt, de seguir todo ese montón fraterno de united colors, tomarles el movimiento uniforme y acertar, tener tiento. Y se cansa, jura suave, sacude el sudor. Moustaki en su banqueta afinando le meteque amparado por un extraño anuncio de refrescos. Acaricia suave los lentes con el borde raído de la camisa, murmura, aclara ideas, convoca rostros. Deseo ajado. Y Horacio se descarga la bolsa de un hombro más que harto, dormido, y extravía la mirada contra las vías. El pagano extranjero exprime el mástil y el aire alrededor, sacando acordes que rebotan en el románico techo y se van perdiendo boca oscura, primigenia, la caverna.
"La ñoaranza ese ladrillo de bilis a la salida del estómago, digestiones apáticas, lentas y pesadas, esa flema que impide la conversación medida. Una anciana o una chiquilla - no recuerdo- llorando hace años en un banco. No se dónde ni cuándo ni porqué, ni siquiera a cuento de qué ahora".
Se recuesta, echa mano y se reprime un censurado cigarrillo.
"Se trata sobre todo de fingir. Putear bajito, maldecir justo, decir las oraciones necesarias en los sitios convenientes y luego disimular, con mucho tacto disimular. Aparentar, como el nudo en la corbata, aparente esa exquisita educación, buen humor o mala hostia, pero todo tan medido. Pero escapa, exilio, ley de extranjería por humor excesivo, frontalización y moria desordenada. Escapa, vamos, escaleras arriba corre. Pierde por piernas la risa, esa estúpida línea roja en los labios, finge un rictus amargo, el perro siempre hacia arriba, herido en sangre el dorso".
Apura el paso. Moustaki pule a su espalda las piedras con la garganta en brea, se deslizan lentas y pesadas las sílabas contra los rincones, esas paredes peladas tan bellas, la ruinosa geografía del infierno. Una vieja recoge algo del suelo y lo guarda en un bolsillo asimétrico del abrigo. Suda de pensarlo. Se niega un segundo cigarrillo mientras calcula qué día será allá arrib, si la luna habrá adelantado cuartos y habrá empezado a jugar de una vez por todas contra el calendario, si se habrá perdido unos cuantos años, si estarán anegados los barrios, el anunciado diluvio y amanecería en una nueva Venecia: si se habrán olvidado algunas palabras y su uso estará rutinariamente restringido; si resucitarían por fin aquellos que tanto lo merecían: un anciano orinaba en el armario y dormia con sandalias y aquellos otros que gritaban como niños en los patios; si se harán largado, muerto, partido, extrañado los farsantes de siempre.
Maldijo bajo, en fonemas inventados, mordiéndose un trozo de labio y entró a saco en el vagón, cayendo casi de cabeza contra media comunidad judía del Marais. Se disculpó con esa sonrisa universal que tan bien gasta, mientras los niños y el rabino continuaban su pequeña clase ambulante de historias hebraicas, relatos del Talmud, escribiendo letras al moverse.
"Se trata sobre todo de fingir. Punto seguido. Ya veo, ya veo", retoma de nuevo centrado por fin por el cabeceo y la penumbra amodorrante del vagón. "Se trata sobre todo de fingir".
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