sábado, 20 de diciembre de 2008

(XII) Saint German des Pres



Y subes al mundo entonces. Estás llegando poeta. Subes al mundo. Sumergido de nuevo en el gentío dejandote balancear de un lado a otro, sin posibilidades democráticas de escoger destino, haciendo el equilibrio, funambulista de rigor con la bolsa al hombro. Ciudadano del exilio. Y subís/subo despersonalizado y extraño pisás/piso de nuevo tierra firme y sentís naúseas y bajás/bajo, me apeo del barco subterráneo, arterias enterradas de París y descubro que los preparativos eran para otros y que ya el muelle está vacío y el confetti ajado y las serpentinas ahogadas de alcohol en los charcos. Y que ahora es todo demasiado rápido y han pasado años como si nada, como en la correspondance de hace media hora, como las señalizaciones del túnel.

Fue entonces izar el pecho en el Boulevar de Saint Germain, aspirar el aire de la noche y minúsculamente saberse de nuevo, oir murmullos, voces, el pálpito denso de las aceras, coches, esas risas que tanto cansan y esta nada en versículos and I want to see people and just bit my tongue. Levanté la vista y bordeé la iglesia - anacrónica pero perfecta en el corazón de esta ciudad- desprecié débilmente el Deux Magots sin ganas de golpear a esos grandes hijos de puta que jugaban a las letras. Me quedé apoyado en un poste, mirando la escena del interior, como un remedo discapacitado de Harry Haller, sentado en aquellas escaleras mirando las plantas y el linóleo y el equilibrio de una vida denegada.
Y ahora ya buscas por fin el cigarrillo. "ya estás en tierra, has llegado", pero misteriosamente te lo niegas al final, "en tierra de nadie mejor, piensas y aprietas el paquete en el bolsillo, mejor en tierra de nadie".
Una mujer vestida de blanco ha puesto una silla en la esquina de la empedrada placita. Sentada, mantiene un libro abierto en el regazo.
Lejano suena algo que podría ser Haendel, aunque no sabes porqué demonios piensas en el mar, en una ciudad atardeciendo desde La Pedrera y on the bean y en coleman hawkins.
Algún transeunte se detiene a charlar con ella, le susurran al oído, le dicen,. La mujer de blanco sonríe débilmente, sin mover ni un trazo de su cuerpo (el rostro de tiza, el pelo recogido en un pañuelo como de nácar ) y sopla sobre las hojas en blanco del libro, sin líneas de tinta , y un polvo inmaculado sacude la oscuridad de alrededor.
Y sentís, siento, estoy sintiendo lástima, una profunda e inconfundible lástima. Sientes, sientes, sientes
Evitas una fatiga ascendente y tomas, sin rumbo estudiado, apretando los cigarrillos, pero ya todo está en los libros, la rue Bonaparte.
¿Sabés?,
La noche se hacía extraña y nadie narrará tu paso cansado hacia el Sena, nadie ahora en los portales ni en los patios, ni gatos, ni almas en los zaguanes ardiendo y así, venga ahora, así te permites un silbido de exclamación o de precario júbilo, la dimensión del dolor y estos dos dedos que cruzan tranquilamente el pecho y se clavan ahí. Y sientes, sientes, sientes, esta nueva dimensión de dolor que no te han explicado en ningún sitio. Ajustas los precios, el retuerto en la boca, el ladrillo negro en el estómago. Pero lo dejas todo para luego. Haces, como jugando, vuestra lista de preferencias y verbos y priorizas: fumar, vomitar, silbar, llorar, besar y haces trampa, ah cumpa, das el irregular por hecho aunque bien sería inamovible en posiciones.
Y así, jugando letras, encaras el Quai Malaquais y respirás hondo y sin querer, es tanto esto ahí dentro, el barullo en la herida, esa estirpe inamovible de sentidos que podrías darles forma y venderlas en puestecitos trashumantes, es tanto todo, las dos orillas pero nosotros ahí en medio, en vilo que sonreis. Sonrio.
Con todo sonreís. Cabeza de Vaca. Habés llegado. Iguazú, Iguazú, para verlo has nacido con ojos en la cara. Todo lo que venga a partir de ahora te será dado de regalo.
¿Entendés ahora?
Ahí está. El Pont des Arts nace del río justo a la altura de tu pecho.


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viernes, 12 de diciembre de 2008

SAINT MICHEL (XI)


Y mufa. SAINT MICHEL a estas horas es un bullicio continuo. Intercambio cultural, poroso y táctil. Dos convoys que se cruzan. Treinta segundos, menos, antes de recorrer caminos bien contrarios, fugas opuestas. En el vagón de enfrente, más tenue la iluminación y con menos movimiento, se produce el mismo rito: entrar salir reir llorar. Recogida de bultos, convocar a los más pequeños y a los despistados. Vagón fenotipo periferia, alejándose del centro, dirección suburbio.
En la ventana de aquel vagón hay una muchacha recostada. Dibujada la silueta de su rostro de forma extraña contra un fondo amarillo. Inconsistencia de Modigliani. Difuminada. La frente con algo de pelo alborotado que le cae a los ojos. El puente, la línea frágil en pendiente, su nariz; el techo de los labios y éstos, entreabiertos, ausente como en un verso a medias; la barbilla perdida en una maraña de dedos que la aprisionan. Y perderse desde mi posición en ese perfil y ella misteriosamente se vuelve como leyendo pensamientos y cruzarse las dos miradas y saberse -sin lenguas de fuego, sin derrotas geográficas, imposibles las fronteras- y saberse cansados, fundamentalmente solidarios en ese cansancio, con ganas de inscribirse en alguna parte, hacer una memoria, convertirnos en trepas publicadores en alguna monografía, levantar una peana a ese trascendental cansancio, al resoplido compartido, a ese quéputanomás y así quedarnos: los ojos clavados, enganchados, sin movernos, pero enganchadas las miradas, la salida de Saint Michel y no volver atrás, ella al norte, yo al sur, saber que no nos veremos nunca de nuevo, nunca de nuevo, pero sabernos afines, contemporáneos.
Y mufa, el vagón mufa y arranca.

¿Qué paso entonces? Fue volverse con cierto asco, con una remota rabia que no sabés de dónde, un nudo en el estómago, los putos
kibbutzs del deseo, las palmas sudando, un resentimiento en todo. Y descuidás entonces Oliveira. Os ponés nervioso, perdés coraje. Va demasiado rápido el metro, los indicadores del túnel aturden como cometas de tercera división sin cola autorizada, como ángeles sin alas. Y sentís lástima, extraña e irremediable lástima, eso que allá arriba, los que pasean los boulevares pillados del brazo y planean y viven, llaman ponerse víctima o ponerse triste, sentís extraña e irremediable lástima, considerás las alas -esa reincidente metáfora- os mirás la espalda pero andá doblada, sin plumas ni halos, sólo vestigios de aire. Descubrís en un preciso instante que todos nos torcemos hacia la derecha al entrar en la estación, que el Nolotil no es un paraiso al alcance de la mano en la mesilla, que ya has subido niveles de mnemonics en sangre y que ya vale, y que los paraisos son prosas infames, que nos quedaremos siempre, y ahora aquí, metiendo codo en el vagón, siempre es siempre, que nos quedaremos siempre en los suburbios del viento, en los puertos tristes, ya no pastor de lluvia, ya no ñoarante de estrellas, nos quedaremos en los dominios difusos - y sonreís amargo Traveler al leerme esto. Y sentís una profunda lástima de vos -eso que los olorosos y felices de compras allá arriba dicen jugar a víctimas- y sentís profunda lástima de vos, primero de vos, y luego de la vieja despidiéndose de su hermana, no sabía que era la última vez que se verían, abrazadas como niñas, besándose como periquitos en los labios. Y os tiembla verbofacil de mierda ese don de la palabra, tiemblan las ideas y el mundo es un temblor y cambia cada cien metros y rezas bajito haciendo peces contra la americana de este joven emprendedor que te mira como a un loco pulcro y feliz hijo de puta le dices al oido y rezas bajito para que la puerta se abra de una puta vez y no podés murmurar ni contaros más historias porque os viene todo de golpe y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo y es como follar muy duro sin decir una palabra como follar en silencio con los ojos muy abiertos pero sin pensar en follar y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo o acaso sea lo mismo o lo mismo todo es igual y la puerta rezás para que se abra y tenés ganas de fumar y de llorar pero no hay ladrillos negros bastantes ni perros ahogados suficientes para esta rabia y para estas ganas de salir y conquistar varias calles para ponerles tu nombre y tenés ganas de gritar de mentar algo de putear hagiografías y blasfemar y así al final un puto dios vestido de funcionario abre las puertas y como soldado que huye desembarcas en estado lamentable, con la guerra perdida antes de empezar, con convicción intensa de rendido desembarcas en SAINT GERMAN DES PRES


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