Y mufa. SAINT MICHEL a estas horas es un bullicio continuo. Intercambio cultural, poroso y táctil. Dos convoys que se cruzan. Treinta segundos, menos, antes de recorrer caminos bien contrarios, fugas opuestas. En el vagón de enfrente, más tenue la iluminación y con menos movimiento, se produce el mismo rito: entrar salir reir llorar. Recogida de bultos, convocar a los más pequeños y a los despistados. Vagón fenotipo periferia, alejándose del centro, dirección suburbio.
En la ventana de aquel vagón hay una muchacha recostada. Dibujada la silueta de su rostro de forma extraña contra un fondo amarillo. Inconsistencia de Modigliani. Difuminada. La frente con algo de pelo alborotado que le cae a los ojos. El puente, la línea frágil en pendiente, su nariz; el techo de los labios y éstos, entreabiertos, ausente como en un verso a medias; la barbilla perdida en una maraña de dedos que la aprisionan. Y perderse desde mi posición en ese perfil y ella misteriosamente se vuelve como leyendo pensamientos y cruzarse las dos miradas y saberse -sin lenguas de fuego, sin derrotas geográficas, imposibles las fronteras- y saberse cansados, fundamentalmente solidarios en ese cansancio, con ganas de inscribirse en alguna parte, hacer una memoria, convertirnos en trepas publicadores en alguna monografía, levantar una peana a ese trascendental cansancio, al resoplido compartido, a ese quéputanomás y así quedarnos: los ojos clavados, enganchados, sin movernos, pero enganchadas las miradas, la salida de Saint Michel y no volver atrás, ella al norte, yo al sur, saber que no nos veremos nunca de nuevo, nunca de nuevo, pero sabernos afines, contemporáneos.
Y mufa, el vagón mufa y arranca.
¿Qué paso entonces? Fue volverse con cierto asco, con una remota rabia que no sabés de dónde, un nudo en el estómago, los putos kibbutzs del deseo, las palmas sudando, un resentimiento en todo. Y descuidás entonces Oliveira. Os ponés nervioso, perdés coraje. Va demasiado rápido el metro, los indicadores del túnel aturden como cometas de tercera división sin cola autorizada, como ángeles sin alas. Y sentís lástima, extraña e irremediable lástima, eso que allá arriba, los que pasean los boulevares pillados del brazo y planean y viven, llaman ponerse víctima o ponerse triste, sentís extraña e irremediable lástima, considerás las alas -esa reincidente metáfora- os mirás la espalda pero andá doblada, sin plumas ni halos, sólo vestigios de aire. Descubrís en un preciso instante que todos nos torcemos hacia la derecha al entrar en la estación, que el Nolotil no es un paraiso al alcance de la mano en la mesilla, que ya has subido niveles de mnemonics en sangre y que ya vale, y que los paraisos son prosas infames, que nos quedaremos siempre, y ahora aquí, metiendo codo en el vagón, siempre es siempre, que nos quedaremos siempre en los suburbios del viento, en los puertos tristes, ya no pastor de lluvia, ya no ñoarante de estrellas, nos quedaremos en los dominios difusos - y sonreís amargo Traveler al leerme esto. Y sentís una profunda lástima de vos -eso que los olorosos y felices de compras allá arriba dicen jugar a víctimas- y sentís profunda lástima de vos, primero de vos, y luego de la vieja despidiéndose de su hermana, no sabía que era la última vez que se verían, abrazadas como niñas, besándose como periquitos en los labios. Y os tiembla verbofacil de mierda ese don de la palabra, tiemblan las ideas y el mundo es un temblor y cambia cada cien metros y rezas bajito haciendo peces contra la americana de este joven emprendedor que te mira como a un loco pulcro y feliz hijo de puta le dices al oido y rezas bajito para que la puerta se abra de una puta vez y no podés murmurar ni contaros más historias porque os viene todo de golpe y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo y es como follar muy duro sin decir una palabra como follar en silencio con los ojos muy abiertos pero sin pensar en follar y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo o acaso sea lo mismo o lo mismo todo es igual y la puerta rezás para que se abra y tenés ganas de fumar y de llorar pero no hay ladrillos negros bastantes ni perros ahogados suficientes para esta rabia y para estas ganas de salir y conquistar varias calles para ponerles tu nombre y tenés ganas de gritar de mentar algo de putear hagiografías y blasfemar y así al final un puto dios vestido de funcionario abre las puertas y como soldado que huye desembarcas en estado lamentable, con la guerra perdida antes de empezar, con convicción intensa de rendido desembarcas en SAINT GERMAN DES PRES
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En la ventana de aquel vagón hay una muchacha recostada. Dibujada la silueta de su rostro de forma extraña contra un fondo amarillo. Inconsistencia de Modigliani. Difuminada. La frente con algo de pelo alborotado que le cae a los ojos. El puente, la línea frágil en pendiente, su nariz; el techo de los labios y éstos, entreabiertos, ausente como en un verso a medias; la barbilla perdida en una maraña de dedos que la aprisionan. Y perderse desde mi posición en ese perfil y ella misteriosamente se vuelve como leyendo pensamientos y cruzarse las dos miradas y saberse -sin lenguas de fuego, sin derrotas geográficas, imposibles las fronteras- y saberse cansados, fundamentalmente solidarios en ese cansancio, con ganas de inscribirse en alguna parte, hacer una memoria, convertirnos en trepas publicadores en alguna monografía, levantar una peana a ese trascendental cansancio, al resoplido compartido, a ese quéputanomás y así quedarnos: los ojos clavados, enganchados, sin movernos, pero enganchadas las miradas, la salida de Saint Michel y no volver atrás, ella al norte, yo al sur, saber que no nos veremos nunca de nuevo, nunca de nuevo, pero sabernos afines, contemporáneos.
Y mufa, el vagón mufa y arranca.
¿Qué paso entonces? Fue volverse con cierto asco, con una remota rabia que no sabés de dónde, un nudo en el estómago, los putos kibbutzs del deseo, las palmas sudando, un resentimiento en todo. Y descuidás entonces Oliveira. Os ponés nervioso, perdés coraje. Va demasiado rápido el metro, los indicadores del túnel aturden como cometas de tercera división sin cola autorizada, como ángeles sin alas. Y sentís lástima, extraña e irremediable lástima, eso que allá arriba, los que pasean los boulevares pillados del brazo y planean y viven, llaman ponerse víctima o ponerse triste, sentís extraña e irremediable lástima, considerás las alas -esa reincidente metáfora- os mirás la espalda pero andá doblada, sin plumas ni halos, sólo vestigios de aire. Descubrís en un preciso instante que todos nos torcemos hacia la derecha al entrar en la estación, que el Nolotil no es un paraiso al alcance de la mano en la mesilla, que ya has subido niveles de mnemonics en sangre y que ya vale, y que los paraisos son prosas infames, que nos quedaremos siempre, y ahora aquí, metiendo codo en el vagón, siempre es siempre, que nos quedaremos siempre en los suburbios del viento, en los puertos tristes, ya no pastor de lluvia, ya no ñoarante de estrellas, nos quedaremos en los dominios difusos - y sonreís amargo Traveler al leerme esto. Y sentís una profunda lástima de vos -eso que los olorosos y felices de compras allá arriba dicen jugar a víctimas- y sentís profunda lástima de vos, primero de vos, y luego de la vieja despidiéndose de su hermana, no sabía que era la última vez que se verían, abrazadas como niñas, besándose como periquitos en los labios. Y os tiembla verbofacil de mierda ese don de la palabra, tiemblan las ideas y el mundo es un temblor y cambia cada cien metros y rezas bajito haciendo peces contra la americana de este joven emprendedor que te mira como a un loco pulcro y feliz hijo de puta le dices al oido y rezas bajito para que la puerta se abra de una puta vez y no podés murmurar ni contaros más historias porque os viene todo de golpe y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo y es como follar muy duro sin decir una palabra como follar en silencio con los ojos muy abiertos pero sin pensar en follar y entonces no sabés nada o acaso lo sabés todo o acaso sea lo mismo o lo mismo todo es igual y la puerta rezás para que se abra y tenés ganas de fumar y de llorar pero no hay ladrillos negros bastantes ni perros ahogados suficientes para esta rabia y para estas ganas de salir y conquistar varias calles para ponerles tu nombre y tenés ganas de gritar de mentar algo de putear hagiografías y blasfemar y así al final un puto dios vestido de funcionario abre las puertas y como soldado que huye desembarcas en estado lamentable, con la guerra perdida antes de empezar, con convicción intensa de rendido desembarcas en SAINT GERMAN DES PRES
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